sábado, 25 de junio de 2011

La importancia de la Ética

Sobre la Idea de Bien platónica y la Ética en la Grecia clásica y en nuestros días.


¿Es importante ser buenos? ¿No suenan en la actualidad mucho valores morales, como la “virtud”, o el “bien”, como mera idealización religiosa? ¿No aparecen en otras ocasiones estos valores como una cuestión de “carácter”, que no de aprendizaje? ¿No recoge el Diccionario de la Real Académica el sentido de persona “buena” como “por lo común irónicamente, de la persona simple, bonachona o chocante”? Ya había advertido el filósofo alemán F. Nietzsche acerca de la inversión de valores producida en nuestra moral judeocristiana, para la que el “bueno” se convertía en el débil, el que sufre (y con ello, junto a la bienaventuranza divina, recibe la moral del resentimiento, enfrentada a los valores más vitales).

En el texto que comentamos en clase hemos visto cómo Sócrates, interrogado por sus discípulos, intenta explicar qué entiende por la Idea de Bien (el conocimiento más elevado, por encima de cualquier otra Idea; un conocimiento en el que debían ser educados los gobernantes de la república platónica).
Como ha señalado E. Lledó (Introducción a Ética a Nicómaco, Gredos, 1985), en la sociedad aristocrática que reflejaban los poemas homéricos, el ideal del guerrero (Ulises, Aquiles) representaban la areté (virtud), creando con sus hazañas el contenido de su moralidad. La fama muestra y ensalza un modelo de comportamiento que, difícil de imitar, sintetiza las aspiraciones de una sociedad. No hay en él justificación alguna de sus acciones ni argumentación que pretenda apoyar el esfuerzo del héroe.
Pero la virtud homérica no se adquiere. Para que la virtud pueda “aprenderse” habría que pasar por la experiencia de la sofística. La aparición de la democracia, el derecho a la ley (isonomía) y el derecho a opinar (isegoría) estuvieron impulsados por el escepticismo moral que evitaba que fuera difícil alzarse con la preeminencia en la norma. La Polis democrática se funda entonces en una virtud que se consigue, se construye. El discurso mítico se quiebra, “toda palabra puede ser analizada, toda respuesta ironizada”. El diálogo y la interrogación buscan otra forma de asentimiento que no consista en la inercia ni en la autoridad de la tradición.
Frente a los sofistas, Sócrates y Platón pretenden encontrar en los conceptos una nueva forma de seguridad, más allá de la arbitrariedad y ambigüedad de los viejos términos morales. Para Platón es necesario, como hemos visto, establecer una metafísica del Bien (una jerarquía de Ideas en el mundo inteligible) y una determinada escala de conocimiento para alcanzarlo (como muestran el símil de la línea y de la caverna).
Más tarde, el mejor discípulo de Platón, Aristóteles, se enfrentó al intelectualismo moral de su maestro y sostuvo que la ética era una ciencia práctica, en la que no importaba tanto saber qué es el Bien, como saber cómo ser buenos. La virtud, señalaba Aristóteles, consistía en “una disposición adquirida de la voluntad (un hábito, por tanto), consistente en la búsqueda del término medio (entre su exceso y su defecto), relativo a la recta razón (en la que por tanto interviene también el correcto razonamiento de los fines) y según el modelo del hombre prudente (el modelo moral del sabio, no del héroe)”.
En la época griega, el pensamiento, la filosofía, se entiende como una forma de ascesis, de moldear la propia existencia. En la democracia ateniense la reflexión ético-política ocupaba un lugar esencial. Así creemos que debería ser en cualquier sociedad democrática, basada en el diálogo y el debate entre ciudadanos. Pero, en la actualidad, la ética, como ha señalado Peter Singer (Ética práctica, 2003), se suele considerar como “un sistema ideal noble en teoría, pero sin valor en la práctica”, como algo inteligible sólo en el contexto de alguna religión, como “un sistema de molestas prohibiciones puritanas, fundamentalmente diseñadas para evitar que las personas se diviertan”, o lo que es peor como una cuestión relativa o subjetiva, lo que niega la posibilidad del razonamiento ético, la posibilidad de afirmar, desde el punto de vista de la razón, que no es cualquier juicio ético tan válido como otro. Un reflejo de esto es el papel de la ética en la educación, entre la alternativa a la religión o su arrinconamiento en el último curso de la enseñanza obligatoria. Por no hablar de la polémica creada en torno a la asignatura de Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, cuyo contenido se desgaja del tradicional temario de la asignatura de Ética, con lo que se permite tanto al gobierno como a los sectores más reaccionarios, enredar estas materias en el debate sobre el derecho de las familias, o del Estado, a formar o educar en ciertos valores a los jóvenes (cuando de lo que se trata es de permitir un espacio para el debate racional y crítico de los valores y problemas morales contemporáneos).

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